El Acuerdo de París cumple 10 años: una celebración y un llamado a la acción
Hace diez años, fuimos testigos de algo parecido a un milagro.
Cientos de líderes se reunieron en la cumbre anual de la ONU sobre el clima (COP21) en París. Allí forjaron lo que muchos creían imposible: un acuerdo global para frenar el cambio climático, en el que prácticamente todos los países se comprometieron a aportar su parte correspondiente.
El Acuerdo de París, como se le conoció, fue la culminación de años de arduo trabajo y liderazgo valiente por parte de ministros, jefes de Estado, filántropos, ONG y comunidades. Desde entonces, ha servido como columna vertebral de la acción climática cooperativa. El pacto une al mundo en un objetivo común: mantener el aumento de la temperatura global en 1.5 grados Celsius, un límite que, según los científicos, es necesario para evitar los peores efectos del cambio climático.
Una década después, la ciencia demuestra que los objetivos del Acuerdo de París no se están cumpliendo. Las emisiones de gases de efecto invernadero no han disminuido ni remotamente lo necesario para alcanzar el objetivo de 1.5 grados centígrados.
Pero eso no significa que el acuerdo no esté funcionando.
De hecho, el Acuerdo de París sigue siendo motivo de celebración. Está cumpliendo su objetivo, aunque no con la rapidez deseada. Y, lo que es más importante, está sentando las bases para una nueva década de acción climática.
El Acuerdo de París ha cambiado nuestra trayectoria
Antes de que se adoptara el Acuerdo de París en 2015, el planeta se encaminaba hacia un calentamiento de hasta 4.8 grados Celsius para 2100 en comparación con los niveles preindustriales. Para ponerlo en perspectiva, con un calentamiento de 4.5 grados Celsius, 4 700 millones de personas —más de la mitad de la población mundial actual— sufrirían niveles de calor potencialmente letales. Esto sería catastrófico.
Hoy, suponiendo que todos los países cumplan sus compromisos, se prevé que el mundo se caliente entre 2.3 y 2.9 grados centígrados. Sigue siendo una perspectiva peligrosa, pero es mucho mejor que la que existía hace una década. Cada décima de grado importa cuando se trata de la vida de las personas, la seguridad alimentaria y del agua, y la gravedad de las tormentas extremas.
Lo que ha cambiado de manera tan significativa la trayectoria del calentamiento global es el innovador modelo del Acuerdo de París. Los 195 signatarios del pacto se comprometieron a desarrollar nuevos planes climáticos nacionales, conocidos como contribuciones determinadas a nivel nacional (NDC), cada cinco años, cada uno más ambicioso que el anterior. Diez años después, todos los países menos uno, Estados Unidos, siguen participando.
Mientras tanto, el crecimiento de las tecnologías limpias ha superado las expectativas. Hace una década, los vehículos eléctricos representaban menos del 1 % del total de las ventas de automóviles. Hoy representan una quinta parte, con ventas 23 % superiores este año respecto al anterior. Los costos de las energías renovables han caído de manera drástica. Según la Agencia Internacional de Energías Renovables, el 91 % de los proyectos renovables puestos en marcha en 2024 fueron más baratos que las alternativas basadas en combustibles fósiles. La cuota de la energía solar y eólica en la generación total de electricidad se ha triplicado desde 2015.
Estos avances eran inimaginables hace diez años. Sin embargo, aún no son suficientes.
Nos queda mucho camino por recorrer para superar la crisis climática
Las NDC de los países modificarán la trayectoria de la temperatura. Pero incluso si se aplican plenamente —lo cual es muy dudoso—, solo permitirán reducir menos del 14 % de las emisiones necesarias para 2035 con el fin de mantener el calentamiento en 1.5 grados centígrados.
Estimaciones de los objetivos de emisiones globales para 2030 y 2035 basadas en las NDC incondicionales de los países.
Una investigación del Systems Change Lab revela que, de los 45 indicadores de progreso climático, ninguno está en camino de alcanzar el objetivo de 1.5 grados. Ninguno. Mientras tanto, los efectos del cambio climático, desde el calor récord en Europa hasta las recientes inundaciones devastadoras en Asia, se vuelven cada vez más amenazantes.
Hay razones para ello. Diez años después, al mirar atrás, surgen cuestiones que no se previeron al diseñar el Acuerdo de París y que deben abordarse ahora que el mundo entra en su próxima década de acción climática.
En primer lugar, no solo necesitamos reducir las emisiones, sino también llevar a cabo una transformación económica.
El Acuerdo de París se concibió en gran medida como un pacto de descarbonización. Hoy sabemos que, para alcanzar sus objetivos, no basta con reducir las emisiones o cambiar de una fuente de energía a otra. Se necesita una transformación económica total y un cambio en todo el sistema financiero que respalde el desarrollo con bajas emisiones de carbono.
Los países deben cambiar radicalmente lo que hacen en todos los sectores económicos, desde la forma en que cultivan los alimentos y diseñan los edificios hasta la manera en que fabrican acero, vidrio y hormigón. Si cambian los incentivos económicos, las finanzas seguirán ese rumbo. Las economías actuales se construyeron a lo largo de los siglos. Aunque la rapidez es fundamental, se necesitará más de una década para reinventarlas.
En segundo lugar, necesitamos un nuevo enfoque para la industria de los combustibles fósiles.
Para garantizar un futuro seguro, es necesario reducir de forma drástica el uso de combustibles fósiles. El carbón, el petróleo y el gas producen casi el 70 % de las emisiones de gases de efecto invernadero del mundo.
Se asumió con optimismo que, gracias al Acuerdo de París, las industrias de combustibles fósiles aceptarían, o al menos reconocerían, su papel fundamental en la transición hacia una economía baja en carbono. Se esperaba que desarrollaran planes para reducir gradualmente los combustibles fósiles en consonancia con el Acuerdo de París. La industria cuenta con una inmensa capacidad técnica y financiera que, si se utiliza de forma adecuada, puede acelerar el cambio hacia un mundo más seguro.
Esto no ha sucedido. En cambio, la industria de los combustibles fósiles ha crecido y ha utilizado su poder financiero y político para frenar la transición hacia una economía baja en carbono. Esto ocurre, en parte, porque la demanda mundial de energía crece más rápido que el despliegue de alternativas limpias.
En la COP30, celebrada en Belém, Brasil, se hizo evidente el poder de esta industria. Más de 80 países abogaron por una hoja de ruta para poner fin al uso de combustibles fósiles. Sin embargo, la propuesta se eliminó del acuerdo final tras la oposición de Estados petroleros influyentes.
Estas son realidades que deben comprenderse y abordarse. Se reconoce el compromiso de la Presidencia brasileña de la COP para impulsar hojas de ruta que permitan abandonar los combustibles fósiles y poner fin a la deforestación, así como la próxima cumbre organizada por los Países Bajos y Colombia.
En este momento se necesita liderazgo y visión, seguidos de medidas prácticas que enfrenten las limitaciones geopolíticas y de otro tipo para la eliminación gradual de los combustibles fósiles.
La próxima década de acción climática
Los obstáculos son reales, pero el Acuerdo de París sigue proporcionando una base sólida. Se necesita un foro mundial donde todos los países puedan expresar su opinión sobre el cambio climático.
El Acuerdo de París, por sí solo, no puede resolver la crisis climática. En la próxima década de acción climática, es necesario basarse en el pacto para garantizar que los países cumplan sus compromisos actuales y aumenten su ambición. Se requerirán medidas dentro y fuera del régimen climático de la ONU. Estos temas se desarrollan en el libro The New Global Possible. Hay tres elementos fundamentales.
1) Apoyar a los países grandes de ingresos medios
Mientras Estados Unidos y otras naciones retroceden en la acción climática, China, India, Brasil, Kenia y otros países avanzan en sus transiciones ecológicas. No se trata de un imperativo moral, sino de la convicción de que el desarrollo con bajas emisiones de carbono es clave para su crecimiento económico y bienestar.
Por ejemplo, el desarrollo de energías limpias en China redujo sus emisiones en 1 % durante la primera mitad de 2025 y generó 10 % del aumento del PIB el año anterior. Pakistán pasó de no utilizar energía solar a que esta proporcione 20 % de su electricidad el próximo año. Esta rápida adopción respondió a que agricultores, empresas y hogares consideraron la energía solar como la opción más barata y accesible.
Los países de ingresos medios grandes y en crecimiento representan 60 % de las emisiones mundiales y 40 % del PIB. Sus transiciones ecológicas pueden orientar al mundo en la dirección correcta y asegurar su prosperidad. Sin ellas, no es posible mantener el aumento de la temperatura en 1.5 grados centígrados.
2) Construir un nuevo tipo de multilateralismo
La lucha contra la crisis climática debe ser un esfuerzo verdaderamente global. La infraestructura existe gracias al Acuerdo de París y a las negociaciones de la ONU, pero estos procesos deben adaptarse a la urgencia actual.
Las decisiones de la COP no pueden depender de la unanimidad. En la COP30, un pequeño grupo de países bloqueó medidas respaldadas por la mayoría. Las COP deben dar voz a todos, pero no otorgar poder de veto. Los gobiernos nacionales deben rendir cuentas no solo por sus compromisos, sino también por la integración de las NDC en sus políticas económicas. El proceso debe centrarse más en las finanzas e involucrar a los ministros de Hacienda para garantizar que los recursos lleguen a quienes más los necesitan.
También es necesario reconocer que las COP no pueden actuar solas. Ciudades, coaliciones climáticas, los BRIC y otros actores ejercen un poder significativo sobre las economías. Se requieren reformas más amplias del sistema financiero, incluidos los bancos multilaterales de desarrollo, las políticas comerciales y el sector privado.
3) Hacer que la acción climática sea políticamente viable
La transición hacia economías con bajas emisiones no puede tener éxito sin un fuerte apoyo político. Si se implementa de forma adecuada, la acción climática mejora la vida de las personas a corto plazo. Sin embargo, a menudo se percibe como contraria al crecimiento económico.
El papel de organizaciones como WRI consiste en dejar claras las soluciones que benefician a las personas y al planeta. En numerosas ciudades y países se ha demostrado que las políticas climáticas también mejoran la calidad de vida. La tasa por congestión de Londres es un ejemplo. La medida redujo el tráfico, ahorró tiempo y mejoró la calidad del aire, lo que explica su aceptación y permanencia.
Debemos asegurarnos de que todos los políticos y sus electores reconozcan los enormes beneficios que se pueden obtener con la acción climática ahora, no solo en el futuro.
Mantener vivo el espíritu de París
Hace una década, muchos dudaban de que los líderes mundiales lograran un acuerdo climático. Lo hicieron gracias al coraje, la cooperación y la convicción de que mejoraría las vidas y las economías.
De cara a la próxima década de acción climática, los responsables de la toma de decisiones deben recuperar ese mismo espíritu. Si lo hacen, los objetivos del Acuerdo de París —y un futuro mejor— estarán al alcance.