La planificación urbana de abajo hacia arriba para ciudades justas y resilientes al clima
El modelo de hacer ciudad imperante no nos ayuda a avanzar a ciudades justas y con cero emisiones netas de carbono. Las ciudades representan una gran oportunidad para hacer frente a la crisis climática, al ser los territorios en los que se genera el 70% de las emisiones de CO2. Sin embargo, la respuesta ha sido lenta y poco efectiva ante la dimensión del problema, reconoce el sexto informe del IPCC. Además, no se ha integrado a la desigualdad como causa estructural que aumenta la fragilidad de las ciudades ante los efectos del cambio climático, a la par que limita su capacidad de respuesta.
Tanto el informe del IPCC y diversas investigaciones coinciden en que los modelos de gobernanza y planificación de arriba hacia abajo (top-down) son insuficientes para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) que se generan en entornos urbanos porque se basan en una planeación sectorial, poco colaborativa, que plantea soluciones aisladas y poco contextualizadas a las necesidades y dinámicas a escala local. Al no incluir la perspectiva y participación de todos los sectores sociales en la toma de decisiones, no se da una respuesta integral a la necesidad específica de cómo implementar medidas de mitigación o adaptación al cambio climático en las ciudades, lo cual genera resistencia a las políticas y proyectos planteados y aumenta las brechas de desigualdad urbanas.
Laboratorio urbano en Naucalpan. Crédito de foto: Héctor Ríos / WRI México
Procesos de abajo hacia arriba como alternativas al modelo actual
Existe un consenso en torno a la necesidad de un cambio en la gobernanza, de transitar hacia modelos más colaborativos e innovadores, y la planificación urbana de abajo hacia arriba (bottom-up) es reconocida como un modelo que permite hacer frente a la pobreza y las desigualdades y a la par de avanzar hacia ciudades resilientes al cambio climático.
La planificación urbana participativa se concibe como un aspecto clave para la sustentabilidad urbana, ya que permite plantear mejores soluciones, respaldadas por las comunidades y diversos sectores, ya que la participación ciudadana está presente no sólo en los diagnósticos de problemáticas, sino también en las soluciones y decisiones sobre los futuros urbanos de sus entornos. La participación ciudadana en un proceso de planificación de arriba hacia abajo se transforma entonces en el ejercicio del derecho colectivo a transformar la ciudad.
A su vez, este modelo de planificación urbana participativa bottom-up permite responder a las desigualdades urbanas presentes en la región, que, como señala Susan Fainstein en Ciudad Justa, los modelos imperantes de hacer ciudad de hoy en día -los modelos post industriales del urbanismo moderno- perpetúan.
Se coincide también que para garantizar una continuidad de los procesos de participación ciudadana se requieren marcos institucionales sólidos para que las respuestas que se definan en los procesos puedan escalarse y tener fuentes de financiamiento y otros recursos asegurados. La participación ciudadana debe ser un proceso y no un fin en sí mismo, como señala Arnstein en su escalera de participación.
Existen ya respuestas adecuadas para tomar como guía.
El último informe del IPCC reconoce que la descarbonización de las ciudades debe garantizar un proceso de transformación justo en el que se atiendan las desigualdades presentes en las ciudades, y para ello se plantea el modelo de Desarrollo Resiliente al Clima, (CRD, por sus siglas en inglés). Dicho modelo propone una gobernanza inclusiva, con equidad y justicia y multi-actor, que reconozca que las soluciones a los retos sociales y económicos serán más efectivas mediante una planeación inclusiva y participativa que tenga como pilares la salud, equidad, bienestar y justicia. En este tenor, la propuesta del Desarrollo compatible con el clima plantea que los procesos de diálogo participativos son efectivos y prioritarios para lograrlo.
Laboratorio urbano en León. Crédito de foto: Héctor Ríos / WRI México
Los laboratorios urbanos como alternativa de planeación participativa
Los laboratorios urbanos se han convertido en una práctica cada vez más popular para atender esa demanda. De acuerdo con la investigación en marcha en el marco del proyecto Coaliciones Urbanas Transformadoras (TUC), los laboratorios urbanos surgieron en los años 90 en ciudades europeas para hacer más eficientes y modernizar los procesos gubernamentales y los servicios públicos y, desde ese entonces, se han adoptado en distintas regiones como parte de la planeación participativa y política pública en el mundo.
Si bien no existe una sola definición de laboratorios urbanos, y se les conoce con distintos términos, en general se coincide en que son espacios centrados en las necesidades de las personas, que permiten acelerar procesos de toma de decisiones y encontrar soluciones más pertinentes a desafíos urbanos complejos gracias a su enfoque innovador y experimental. Lo anterior, mediante la búsqueda de consensos, diagnósticos colaborativos, procesos de co-creación y actividades demostrativas alrededor de un problema específico en un territorio delimitado. Una característica intrínseca de los laboratorios urbanos es la participación horizontal de personas de todos los sectores: gubernamentales, ciudadanos, académicos y del sector privado.
No existe una receta para implementar un laboratorio urbano, sin embargo, el Urban Living Lab del Amsterdam institute for advanced metropolitan solutions define ocho pasos que pueden tomarse de ejemplo, los cuales incluyen: delimitación de un problema; identificación de los actores clave de distintos sectores; definición de un proyecto, elaboración de un plan de trabajo y establecimiento de una visión común; seguimiento del proceso de co-diseño creativo; implementación de la propuesta experimental; evaluación, ajuste, socialización y documentación de las lecciones aprendidas, y, finalmente, replicación de las acciones en otras zonas de la ciudad.
Hasta ahora se han identificado 66 laboratorios en operación en 13 países de América Latina, cuyas respuestas han sido exitosas y efectivas. Estos espacios operan con distintos formatos. Algunos están institucionalizados dentro de la estructura de gobierno, cuentan con recursos y personal asignado y operan como brazo participativo y de innovación. Otros son generados por iniciativas de la sociedad civil y algunos otros forman parte de programas académicos en universidades e institutos de investigación.
El primer laboratorio institucionalizado en América Latina surgió en 2013 en la Ciudad de México, el Laboratorio para la Ciudad, un laboratorio dentro de la estructura de gobierno que, al cambio de administración, dejó de operar. Era el brazo experimental y creativo del gobierno de la Ciudad de México, buscaba explorar otras formas de aproximarse e imaginar la ciudad desde seis áreas de investigación y acción.
Algunos ejemplos de laboratorios urbanos ciudadanos son Ciudad Laboratorio o Ciudadlab, en Caracas, Venezuela, una asociación civil para la incidencia, la investigación y la transformación urbana, con capacidad de articular esfuerzos con diversos actores; el Vivero de Iniciativas Ciudadanas, un espacio para apoyar la transición de las ciudades a entornos más resilientes mediante la participación ciudadana, y el Laboratorio de Cambio Social Cambiarnos en Santiago, Chile, cuya metodología de trabajo es la investigación acción participativa y la gobernanza urbana para la sustentabilidad.
Algunas lecciones aprendidas de los laboratorios en la región indican que, al poner al centro del proceso la participación ciudadana, se garantiza que la solución responda a las demandas reales de la población, se permite una mejor adopción de los resultados, se fomentan cambios transformadores en la gobernanza urbana, y se asegura la permanencia de las ideas independientemente de los cambios de administración. Finalmente, fortalecen las relaciones entre administración municipal, academia, comunidades y sector privado, pues establecen redes entre distintas disciplinas y actores que no siempre dialogan.
Sin embargo, también se señalan ciertos retos para su implementación y éxito, en específico el de la permanencia. Ante esto se plantea la importancia de tener un marco institucional sólido que permita la innovación y garantice su continuidad mediante recursos etiquetados.
Los laboratorios urbanos del proyecto Coaliciones Urbanas Transformadoras
El proyecto Coaliciones Urbanas Transformadoras (TUC, por sus siglas en inglés) busca explorar e impulsar nuevos modelos de gobernanza para acelerar la acción climática, y trabaja en América Latina mediante la instalación de cinco laboratorios urbanos en Argentina, Brasil y México, la generación de una comunidad de práctica, el intercambio de experiencias y el fortalecimiento de capacidades; así como de la documentación e investigación transformadora que permita identificar buenas prácticas e impulsar la replicabilidad de modelos de gobernanza efectivos.
Laboratorio urbano en León. Crédito de foto: Héctor Ríos / WRI México
En México, durante el primer semestre de 2022, se instalaron dos laboratorios urbanos, uno en León, Guanajuato, y otro en Naucalpan, Estado de México. Al momento, se han celebrado cuatro sesiones en cada ciudad, con un promedio de asistencia de 32 personas provenientes de distintos sectores. En estas sesiones se ha logrado construir colaborativamente un decálogo de participación, contar con diagnósticos de problemas y oportunidades mediante mapeos participativos digitales y físicos, y se han acordado las zonas de trabajo en ambas ciudades. Asimismo, se han hecho recorridos de reconocimiento del sitio para identificar las oportunidades de transformación en las zonas de trabajo, y actualmente se trabaja en acordar una visión compartida con un horizonte a 2030.
El proceso de identificación y vinculación de actores al proceso de los laboratorios urbanos es un proceso continuo. En los siguientes laboratorios se trabajará en definir un plan de acción, posibles actividades demostrativas y un plan de trabajo para el próximo año.
Hay un entendimiento común en la necesidad de cambiar la manera en que se han tomado las decisiones y el diseño de las políticas climáticas y sociales, ya que el cambio climático plantea una crisis social y ambiental que requiere de la acción coordinada multisector y transdisciplinaria que requiere integrar procesos bottom-up.
Las lecciones aprendidas en la región nos señalan que los laboratorios urbanos son un esquema que puede acelerar la acción climática desde las ciudades, al proponer soluciones que integran la visión y propuestas de todos los sectores en la toma de decisión en la ciudad, y al lograr transformaciones urbanas más pertinentes a las necesidades locales.
El proyecto Coaliciones Urbanas Transformadoras impulsa modelos de participación ciudadana en un formato de laboratorios urbanos para lograr ciudades más resilientes y equitativas. Los laboratorios urbanos en las cinco ciudades donde se implementan y el análisis de los procesos de gobernanza y planeación participativa que ahí se generan permitirán, además de la trasformación en esas ciudades, identificar las mejores prácticas y replicar estos modelos en otras ciudades de América Latina.